La aceptación de uno mismo y el camino a la curación

[Publicado en «Revista Espacio Humano» :  Septiembre 2009]

¿Sufrimos por lo que creemos sufrir o hay otros motivos más ocultos? Todos sentimos en algún momento o a menudo ansiedad, insatisfacción, miedo, tristeza, inseguridad, sensación de fracaso… y creemos que el problema es nuestra pareja, jefe, familia, trabajo…miramos fuera en lugar de mirar dentro de nosotros. El origen de nuestro malestar está dentro de nosotros y la curación también.

¿Vemos nuestras cualidades y nuestros defectos? ¿Nos aceptamos como somos?

Todos hemos desarrollado nuestra identidad basándonos en ciertas valoraciones (normalmente aprendidas de nuestros padres), por ejemplo “hay que ser trabajador, fuerte, valiente…” y como necesitamos pertenecer y ser queridos por nuestros padres, creamos nuestra identidad basándonos en estas valoraciones. Al identificarnos con estas valoraciones, rechazamos sus opuestos, los rasgos que no son aceptados en nuestra familia, “no hay que ser vago, débil, miedoso…

Ramón, un ejecutivo de mediana edad, vino a terapia porque había tenido un ataque cardiaco y a pesar de las indicaciones de su médico de reducir el ritmo de trabajo y el estrés, seis meses después estaba otra vez en plena vorágine. Al mirar los aprendizajes de su infancia, recordaba cómo su padre trabajaba constantemente y que sólo estaba “orgulloso” de él cuando era “el mejor de la clase” porque en su familia, los hombres eran todos unos triunfadores. Ramón no se había tomado unas vacaciones en más de diez años y aunque fantaseaba con quedarse todo un día en la cama y descansar, su rechazo a ser “un vago y un fracasado” le impedía parar.

Cristina admiraba mucho a los hombres fuertes y seguros de sí mismos a la vez que no soportaba a la gente “débil” e insegura. Cada vez que recordaba a su padre, ahora fallecido, le venía siempre el mismo mensaje: “la vida es dura y hay que enfrentar las cosas con valentía y fortaleza”. Este mensaje le llegaba indirectamente cuando su padre se burlaba de ella al llorar y mostrar miedo de pequeña. Ahora de adulta Cristina no se puede “permitir” sentir miedo o inseguridad.

Pero este otro lado o “polo” no desaparece, no ver no equivale a no existir, simplemente lo reprimimos y pasa a formar parte de “la sombra” de nuestra conciencia. Esta sombra son todas las partes de la realidad que no queremos reconocer en nosotros y por tanto rechazamos. Lo rechazamos dentro de nosotros, lo ponemos fuera y después lo rechazamos cuando lo vemos en el exterior.

Una paciente se quejaba de lo terco y obstinado que era su marido. Decía que él estaba haciendo la relación “imposible” y ella tenía mucho resentimiento porque “tenía” que ser flexible y amoldarse a él. Lo primero que cambió fue que empezó a ver esas partes de terca y obstinada que ella tenía y entonces, ya no reaccionaba tan fuertemente como antes. También aprendió poco a poco a poner límites saludables.

Este proceso que en terapia Gestalt se llama “proyección”, nos mantiene en una lucha continua contra lo que no nos gusta “fuera” cuando en realidad lo que no nos gusta está en nosotros mismos. Al no ser conscientes de esto, solo vemos las manifestaciones. Lo único que sabemos es que por ejemplo, cuando nuestra pajera se pone tensa y arrogante, reaccionamos desproporcionadamente con rechazo y enfado. La única guía que tenemos hacia nuestra sombra es lo desproporcionada y repetitiva que es nuestra reacción.

En esta sociedad somos muy mentales. Desde pequeños nos enseñan a controlar todo con la cabeza, pero las emociones no las podemos controlar: sentimos lo que sentimos. Normalmente no las entendemos. A todos nos ha pasado alguna vez que hemos reaccionado emocionalmente muy fuerte a algo que no nos parecía tan importante. A la cabeza, no le parecía tan importante pero a las emociones sí. Ellas tienen su propio lenguaje y de lo que se trata es de comprenderlo.

Pongamos un ejemplo: María llega a casa pronto y decide sorprender a su pareja cocinando algo especial. Él llega y se sorprende, apreciando mucho ese gesto de ella. Todo va viento en popa pero en un momento de la cena él le dice que su madre era la mejor cocinera de su familia y le salía todo riquísimo, en especial ese plato. María se enfada mucho, y le empieza a acusar de ser un insensible, que no la aprecia, que todo lo hace mal, que para qué se ha casado con ella, que está harta…tras esta explosión emocional, se va sin entender qué le pasa, ni porqué se ha enfadado tanto.

En terapia consigue profundizar en ese enfado y se da cuenta que ese incidente solo fue la punta del iceberg, que lo que hay sumergido es un sentimiento de inferioridad. El mismo sentimiento que tenía de pequeña cuando su padre la comparaba negativamente con su hermana.

Observar nuestras reacciones es un ejercicio de honestidad que puede llevarnos a desmontar el castillo de nuestros autoengaños, de ese rechazo de lo que no nos gusta. El conocimiento de uno mismo es la vía a la sanación y para esto, nada mejor que los espejos que tenemos alrededor, nuestra pareja, padres, hermanos, hijos, amigos…todos ellos nos reflejan cosas de nosotros mismos constantemente.

Mi marido no me valora”, se quejaba una paciente, al mirar esto más a fondo y hacerse la pregunta ¿Qué me está reflejando mi marido de mi misma?, se empezó a cuestionar: ¿y yo me valoro a mi misma?, ¿No será que necesito su aprobación y reafirmación para sentirme mejor conmigo misma porque me siento insegura constantemente?

Cuando nos reflejan cosas que nos desagradan, nos están dando la oportunidad de vernos en lo auténtico y no en “la imagen” que nos hemos creado y que intentamos mantener a cualquier precio. Pero la tiranía de la imagen pasa factura: cuando los demás nos valoran por nuestra imagen, a nosotros no nos sirve porque no es “real”, nos sentimos falsos, vacíos y sobre todo, emocionalmente distante de esas personas a las que queremos. Muchos de nosotros tenemos la sensación de que nuestras parejas no nos conocen de verdad ¿Acaso nosotros nos conocemos realmente?

A lo mejor queremos ser mejores personas, a lo mejor nos esforzamos mucho por mejorar, pero ¿Qué pasa con lo que somos ahora, con las partes de nosotros que no nos gustan? ¿Cómo las tratamos y cómo nos tratamos cuando nos sentimos débiles o torpes o tímidos? Normalmente lo intentamos reprimir, hasta que sale a la luz y entonces nos criticamos, nos juzgamos y nos castigamos, todos conocemos las múltiples maneras que tenemos de castigarnos, nos autosaboteamos, nos sentimos culpables, no nos sentimos merecedores de ser felices…llegamos a convertirnos en nuestro peor enemigo.

Está muy bien querer ser mejores personas pero sólo lo vamos a conseguir si aceptamos y amamos lo que somos ahora más allá de que nos guste o no. Este es uno de los trabajos que se llevan a cabo en terapia. Al aceptar esas partes “oscuras” de nosotros mismos, ya no necesitaremos proyectarlas en los demás, ya no reaccionaremos con enfado sino que estaremos en paz.